Siguiendo con el ciclo Ménage à trois que se celebra
mensualmente desde octubre de 2010, organizado por la Fundación Arquitectura
COAM y Matadero Madrid.
Tras la acogedora introducción de Andrés Perea,
Nicolás Caparrós se adentra en los entresijos del paradigma de la complejidad,
un proceso que como tal está en construcción. Se cuenta con varios puntos de
comienzo en esta labor de investigación: entre ellos, el Instituto Max Plank de
Munich, a través de la figura de Manfred Eigen y las redes autocatalíticas que
significaron un gran paso para la biología de la complejidad. Los trabajos de
Ilya Prigogine sobre estructuras disipativas que significaron lo propio para la
química, la Escuela Normal Superior francesa y la Universidad de Nanterre que
produjo sobre todo a Edgar Morin y con él el concepto de autoorganización en sus
versiones débil y fuerte y, dentro de esta última, los sistemas autoorganizados
fuertes de tipo intencional entre los que destaca el ser humano como tal.
Finalmente, en esta breve revisión, el Instituto de Santa Fe que inicialmente
contó con las figuras de físicos como Murray Gell-Mann, el médico ideólogo
Stuart Kauffman y el evolucionista Stephen Jay Gould. Es en este ambiente donde
surgen las nociones de sistemas complejos adaptativos, redes boolianas y donde
sufre un fuerte empuje la idea de emergente.
También es en EEUU donde se
desarrollan las matemáticas apropiadas para el estudio de los sistemas no
lineales donde se quiebra el esquema habitual de causa efecto y también,
mediante el concurso de la cibernética, la capacidad de resolver tediosas
operaciones de cálculo que emanan de los sistemas no lineales que hasta entonces
eran imposibles de abordar.
Paralelamente y como subconjunto de el paradigma de
la complejidad, aparece las teorías del caos de las cuales entresacaremos ante
todo sus tres fases de orden estable, azar, y en algún punto entre ambos polos,
las fronteras de caos llamadas también cambios de fase o puntos bisagra donde
justamente tiene lugar la aparición de nuevos emergentes y donde se gesta lo más
importante del momento creador.
De lo comentado por Caparrós, Emilio
Luque retiene, entre otras cosas, la idea de sorpresa, de lo inesperado que se
aparta de la ecuación causa-efecto; ¿existe diálogo por parte del arquitecto con
los que viven su obra una vez terminada?, ¿puede haber evolución terminados los
últimos detalles constructivos?... Muy pesimista se muestra Luque respecto a la
viabilidad de futuros proyectos arquitectónicos: "Va a ser decepcionante…" La
reacción de Andrés Perea no se hace esperar: no se puede ser tan categórico,
tiene que haber un espacio para la incertidumbre. Forma y función tratan de
seguir dialogando y el trazo fresco improvisado se abre paso ante las duras
condiciones que atraviesa la sociedad actual.
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